Rock al Parque 2024: ¿qué significa ser rockero hoy en Bogotá?
La XXVII edición del festival gratuito más grande de Latinoamérica dejó shows preciosos y generó preguntas esenciales para su público y su administración.

Rock al Parque 2024 debe significar un punto de quiebre y de decisión respecto a lo que significa el rock en Colombia y, sobre todo, respecto a lo que le exigimos a la Alcaldía de cara a este festival. Ilustraré por qué a través de algunos de sus conciertos más notables, que fueron, como suele suceder con el festival, escenario de cuestionamientos y tributos.
Este sábado, en voz serena, el paisa Dilson Díaz fue presentando, canción tras canción, el regreso de La Pestilencia a Rock al Parque luego de diez años de ausencia.
“Y en épocas de reelecciones llegó a Colombia un pacifista”.
“Sucios candidatos gastando millonadas en vallas y pancartas mientras gente muere muertes ignoradas. Desmontemos esta farsa”.
“Canción creada en el año 86. Casi cuarenta años después […] Colombia, siempre, en el sufrimiento de cada día. Aun con una reacción de todos nosotros (o bueno, de ustedes que están más jóvenes que nosotros) de querer tomar el país como nuestro para que no los manejen los de siempre… Aun así, hoy en día, a la fecha, en este año, van 375 niños asesinados. Escuchen esto: 375. Más de uno por día. Una cosa loca. ¿Hasta dónde vamos a llegar con la locura en Colombia? ¿Hasta dónde hay que tolerar y entender que el uno esté cerca al otro y que tiene una vida que hay que respetar? Casi cuarenta años gritando por esto. Esta canción, ‘Memorias y Fuego’, habla de esa niñez que en medio de todo ha estado en esta violencia sin tener siquiera consciencia de dónde están. Y los utilizan para alimentar esta mierda. No más los niños en la guerra, por favor, no más”
Aunque serena, esa voz no deja de transmitir la preocupación y la decepción que contienen sus canciones. Dilson trata al oyente como adulto, como hermano en el cual deposita su angustia por el mundo, como un amigo al que le cuenta una reflexión profunda con la mirada seria, en el paréntesis de una fiesta: la idea de que lo más racional puede ser quemarlo todo y no confiar en nadie que haya cedido su libertad para ser, antes que persona, engranaje de empresa o Estado.
Al escuchar sus palabras en la repetición en video del show del pasado sábado en el Escenario Plaza, sentí lo mismo que ante Flaco Flow & Melanina en Hip-Hop al Parque este año: autoridad. Suena contradictorio y hasta insultante tratándose de un punkero. Al contrario, lo que digo es que esa es la verdadera autoridad: la que no se impone —como más se ha hecho en Colombia— a punta de policía, orden judicial, grito, sangre o fuego.
“No solo han sido silenciados a tiros los campesinos. Ahora el duelo está en la ciudad, intimidando por dinero. La basura está en la calle, arrojada por el sistema. Tengo el poder en mi barrio y solo lo pierdo con la muerte”
“Tienen armas y poder, nos quieren aniquilar”.
Como las anteriores, la mayoría de presentaciones previas a la música fueron declamaciones de la letra de la canción que inmediatamente después harían tronar a gritos y blast beats de batería. Como si se tratara de un proceso químico, la frase mutaba y se convertía en un mantra para acompañar el pogo. Uno que no sirve para encausar la paz buscada en la meditación, sino que envenena la noche para que, en el trance, retomemos la consciencia sobre nuestra realidad compartida como país. A través del veneno, de las caras iracundas que se encuentran en el pogo, los asistentes recuerdan que no están solos en su sufrir ni en su convicción, y que la claridad sobre el “No Futuro” no busca hacernos siervos de la desesperanza, sino maestros de una vida que no se parece a las promesas tramposas del capitalismo y los políticos de turno.
El único preámbulo que no vino en esa voz pausada y serena fue un grito de tres palabras que ya se había escuchado desde el público varias veces a lo largo del show: “¡Soldado mutilado, hijueputa!”.
Con ese clásico que cuestiona el servicio militar, como “La Jungla” de Flaco Flow y Melanina, La Pestilencia cerró un show que abrió con una versión de “Nada me obliga”, acompañada por la orquesta sinfónica Nexus. Fue una hora llena de himnos históricos del hardcore punk como “Vive tu vida”, cantada a grito herido en compañía de otros cantantes de la escena: Wendy Kowoll (Anecdóticos y Exiliados), Karen Gutiérrez (Kaos Kapital), Emilio Ortiz (MalditosXMiserables), Eduardo García (La Murdock), Cosmonauta (Los Denegados)y Agustín Mejía (Ruidorrea) lideraron el canto de “Basta de ser tan engañado / Basta de ser manipulado / Reacciona, sé tú mismo / Deja de vivir esa mentira / Vive tu vida / Déjate ya de servilismos”. Fueron invitados al escenario como acto de rebeldía y ética “hazlo tú mismo”, en oposición a la virtual ausencia del punk en el cartel de Rock al Parque de este año, y en promoción de un Punk al Parque que tendría lugar en paralelo a las otras fechas del festival, en el corazón de la ciudad.
Rock al Parque cuenta, edición tras edición, buena parte del estado de cosas discursivo de la música alternativa en Bogotá. Su poder es tal que, incluso cuando su cartel no refleja lo que la ciudad siente, suscita un diálogo, un cuestionamiento o una reacción. Es una de las pocas cosas que todos en Bogotá podemos sentir como propias.
El festival gratuito más grande de América Latina fue la puerta a la existencia de otros festivales al Parque, y con el pasar de los años ha puesto en entredicho la etiqueta “rock”, abriendo las puertas a muchos géneros y sirviendo de punto de llegada para la peregrinación del público más fiel de Colombia: los metaleros que año a año llenan y poguean, llueve truene o relampaguee. Cosa que sucede más desde que el festival volvió a hacerse en noviembre, y en especial este año. “Yo ya veía venir una granizada como la del 2007”, dijo un usuario de redes sociales refiriéndose a la fecha cancelada hace diecisiete años. Los asistentes se saben la historia del festival porque es suyo.
Es tanta la diversidad en el público y tan amplias sus garantías de acceso, que se ha configurado como uno de los pocos momentos que año a año son capaces de generar integración social real en la capital.
Por lo pronto, parece que la audiencia de Rock al Parque está y estará ahí por siempre. Incluso cuando su cartel completo es anunciado menos de un mes antes y genera desilusión. Incluso cuando no hay (otra vez) paridad en la participación femenina. E incluso cuando, entre el caos logístico de la salida, el público rie y grita “nadaremos” como los atunes de Buscando a Nemo, y luego discute con rabia cómo la Alcaldía ofrece rutas de transporte público hacia los barrios ricos, hasta altas horas de la noche, cuando se trata de los festivales privados, mientras que con ellos se decide a última hora a dar una alternativa insuficiente. Luego, lo llaman “caos en TransMilenio” y no entienden cómo es que alguien quisiera colarse en los buses. Menos despues de recordar con otros que el Estado les ha fallado.
A pesar de todo, los reportes contaron más de 300 mil personas en una de sus ediciones peor publicitadas en años recientes. El público está ahí, pero se pregunta y se cuestiona más y más cosas gracias a sus artistas y a las transformaciones que sufre el festival, o a la ausencia de las mismas.
Doctor Krápula tampoco había tocado en los últimos diez años en el festival, y por eso fue el principal artista nacional del lunes. Como con La Pestilencia, duele saber que sus mensajes de resistencia política y ambiental son tan vigentes como cuando los escuché en mi primer Rock al Parque, en el mismo Escenario Plaza, o hace veinte años, cuando los compusieron.
Parte del amor que el público bogotano conserva por la banda se explica al recordar que en ese entonces eran una de las únicas agrupaciones de rock colombiano que cantaba letras explícitamente políticas y contaba con algo de alcance masivo y reproducción en la radio, llegando incluso a encontrarse por momentos con la audiencia del tropipop. Así, fueron complejizando un ámbito mainstream dominado por un conjunto de agrupaciones que servían de música de fondo para las campañas publicitarias del gobierno más violento de nuestra historia reciente. La otra parte de ese amor corresponde, en buena medida, a sus canciones pegajosas, que la audiencia fue redescubriendo el lunes una tras otra, como si desempolvaran recuerdos arrumados en una caja olvidada en el armario. “Amanece”, “Para Todos Todo”, “Mister Danger”, “Buscando el amor” y “El pibe de mi barrio” revivieron por esa hora una lectura del mundo que fue educación emocional y política de muchos de nosotros.
“Desde aquí en Rock al Parque, y frente a toda esta gente, hacemos un llamado a las autoridades que administran nuestra ciudad y nuestro país para que devuelvan el flujo libre del agua y que se la quiten a las multinacionales que las están envasando, que les están poniendo azúcar y están envenenando a la gente. El agua es de todos y para todos”, dijo Mario Muñoz en medio de “Exigimos”. La actitud contestataria de “El Subcantante” sigue en pie.
Con su presentación también revivió un lugar común y un debate que pensé jubilado, y que invierte la energía contestataria del rock en el objetivo incorrecto. Rock al Parque 2024 está siendo resumido por los medios masivos con una consigna que brilló en las pantallas del Escenario Plaza tan solo una canción después de iniciado el show de Doctor Krápula el lunes 11 de noviembre:

La noticia, para la mayoría de medios, no fue ni la integración social, ni ese show, ni ninguno de los antes mencionados. Fue esa imagen y las palabras que la acompañaron. Primero, el bajista David Jaramillo tomó el micrófono: “Solo vamos a decir una cosa: la niñez colombiana es sagrada y no se toca”. Sin embargo, Mario Muñoz, cantante principal, lo desmintió diciendo otra:

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“Si nosotros queremos dejar de ser vistos como el país del narcotráfico y el putero del mundo, pues no podemos seguir haciendo canciones que hagan apología al narcotráfico, y mucho menos a la pedofilia, porque nos oponemos. La niñez es sagrada. Le hacemos un llamado a los artistas de Colombia para que cambiemos realmente la historia y la visión que tiene el mundo de este país, y [así] nos vean como un país de vida, de construcción y de arte”.
(Para no ahondar demasiado aquí en el tema, les invito a leer esta nota de Santiago Cembrano sobre el contenido de la canción y el debate moral que le sigue, y/o a apoyar iniciativas de ley como esta que buscan proteger a las menores de edad en nuestro país).
El error de la denuncia de “El Subcantante” es que, a diferencia de su compañero, abordó un problema crucial como si el reggaetón fuera el culpable del sufrimiento de las niñas y mujeres de Medellín.
Y por ese afán sentí un vacío. ¿Por qué no aprovechar la tarima para hablar de las causas reales? Si realmente nos importa el problema, ¿por qué no encontrar manera de hacer un llamado crítico a los asistentes que hayan fomentado la explotación de menores, o por qué no brindar apoyo a una organización de víctimas o exigir hechos y escucha a nuestros gobernantes? ¿Por qué no hablar de hechos de violencia y pederastia en su propia comunidad rockera?

La actitud tiene un efecto dominó. Ayer mismo, Mario Muñoz dio entrevistas desde el mismo punto de vista: “los artistas no tienen la tarea de educar, pero tampoco la de promover la pedofilia”, dijo en Caracol Radio. En este Rock al Parque, al menos otras tres bandas dedicaron parte de su show a comentar el tema de “+57”. Pero no en clave de la violencia que viven las mujeres y niñas de Colombia y el mundo, sino con la misma superioridad moral infundada con la que el movimiento “antireggaetón” lo hizo hace más de una década, sin comprender que todos los hombres y todos los géneros, en diferentes medidas, hemos sido parte de la violencia contra las mujeres.
El balance de la presentación, sin embargo, fue muy positivo. Tras la despedida de Krápula, llegó incluso más público a sumarse al mar de gente que ocupaba el Escenario Plaza. No es de todos los días ver gratis a Los Toreros Muertos y a Mago de Oz, dos de los máximos exponentes del rock y el metal español. Buena parte del público iba vistiendo camisetas-armaduras estampadas de los elfos, bardos y dragones de las portadas de la banda de cierre. El genterío se derramaba por la ladera, se hacía olas entre empujones de borrachos y vendedores, y colgaba de árboles y vallas para alcanzar a ver algo del escenario, así fuera a cientos de metros de la pantalla más próxima, aunque a la distancia sonara como un parlante casero por la falta de refuerzos sonoros suficientes. Quizás la imaginación, teñida de épica, podía más que el sistema sonoro.

Ese público se mantuvo en pie hasta el final: aunque la interpretación de Los Toreros y su sonido defraudaran, el Escenario Plaza vio volar a un Mago de Oz que anuló todo el esnobismo de redes sociales y la idea de los “gustos culposos”, transportándolo a la prometida Finisterra. Con un cielo despejado, la voz de Rafa Blas se hizo rayo, y las baterías de Txus di Fellatio y el violín de Carlos “Mohamed” Prieto acompañaron sus letras de fantasía medieval como la lluvia al trueno.
El Mago rindió tributo a Elkin Ramírez de Kraken con unas sentidas palabras entre canción y canción. Y no fueron los primeros. Con la voz líder de Roxana Restrepo, Kraken tocó en el Escenario Eco el domingo ante un público lavado en barro y lluvia de a pies cabeza. Esa celebración de la vida de “El Titán” tiene esa acogida por la historia de la banda, pero también porque se ha convertido en símbolo, en una manera de honrar la historia en la cual nos inscribimos cada año que volvemos al festival, para muchos una escuela de lo que puede significar la música en vivo, y para muchos el escenario de recuerdos con seres queridos que ya partieron.
Nicolás y los Fumadores le dedicaron su presentación a la memoria de El Titán y Carlos Alberto Sánchez, un hombre de teatro que marcó el poder de la puesta en escena de bandas como esta o Paula Pera y el fin de los tiempos. El hijo de este último, montado en su batería, estrenó micrófono entre risas y gritando: “Buenas noches, Rock al Parque. Qué bien decir eso ahora sí, en serio, y no en un bar de mala muerte”. Los cuatro rolos intentaron tres veces entrar por convocatoria al festival, y a la tercera audición, a unos días de la muerte de Carlos, pasaron.

Hacia las 5:35 P.M. del lunes, los Fumadores asumieron el Escenario Eco bajo un atardecer despejado por primera vez en todo el fin de semana. Frente a ellos creció y creció un público mayor o igual al que recibió a Kraken allí mismo la noche anterior. El show inició despidiendo a la luz del lunes con “El Sol”, una purga para el desgano asentado en los corazones de los jóvenes colombianos desde niños. A lo largo del concierto, el público coreó frases tan serias como “No quiero pudrirme en un call center / ni tampoco irme de aquí / a comer mierda a otro país” y tan divertidas como “En toda la noche / no me tomé ni un juguito”. De repente, entre Paseos Submarinos y sueños sobre Kim Gordon en un Rápido Tolima, Santiago García irrumpió con su falsete más agudo para cantar un fragmento de “Vestido de Cristal”. Fue un tributo tan sentido y bien ejecutado que fuimos poseídos por el agradecimiento a Elkin Ramírez, y acompañamos al vocalista en su épico intento de alcanzar la altura a la que volaba su voz.

La contundencia del concierto de Los Fumadores fue también la de artistas del cartel como Gabriela Ponce, Entreco, Linda Habitante, Oh’Laville, Los Malkavian, Pez Errante, Mad Tree, Kinstusgaki, Lilith, las argentinas Fabiana Cantilo y Eruca Sativa, y los mexicanos Inspector, Margaritas Podridas y Austin TV. En ellos se ve una cultura rockera tremendamente viva y alejada de la caricatura que surge cuando pensamos en ese lugar común que es ser un rockero que se define a sí mismo solo en cuanto “anti-reggaetonero”. Hay una insistencia en artistas como esos (y no en todo el cartel) a retar al público con nuevos sonidos, y a retratar en su música las necesidades emocionales y políticas de las sociedades que los rodean, siendo vocales, claros y denunciantes, o tiernos, dulces, cínicos, alegres, graciosos, existenciales o amargos como sus tiempos y contextos.

Eso a veces fue explícito, como cuando Fabiana Cantilo invitó a Eruca Sativa a versionar “Canción sin miedo”. O cuando Gabriela Ponce denunció la falta de participación femenina en el cartel, llamó a celebrar las músicas tradicionales y agregó: “porque este festival no es un homenaje a las estatuas del primer mundo, sino a las escenas vibrantes de nuestras ciudades”.
Otras veces fue implícito, como cuando un integrante de Austin TV anunció que llegará un momento en el que señale al público para que grite lo más fuerte y largo que pueda, buscando exorcizar lo que necesite sacar de sus adentros. Cuando el momento llegó, gritamos, y en el desgarro interno y en el que vimos en la cara de los desconocidos alrededor, se tejió un puente.
Además de punto de encuentro entre clases sociales, regiones y ritmos, Rock al Parque sigue siendo esa chimenea por la cual evacuamos las calderas de la desesperación citadina. Lo amamos porque lo necesitamos y porque es una conquista ciudadana, un triunfo tangible producto de nuestra insistencia y fidelidad.
Como tal, es el escenario de exigencias. Esos episodios del desencanto por el cartel y su tardanza, de la queja por el punk en el concierto de La Pestilencia, de las exigencias bien y mal encaminadas de Doctor Krápula, del flojísimo sonido y de la terrible logística de salida tienen que ser campanazos. Tienen que llevar a que toda esa ira derive en cambios.
Yo me pregunto por qué ninguna de esas quejas sobre la situación del país se hace directamente en contra del gobierno nacional, y creo que las explicaciones, para el nivel de urgencia, no están siendo suficientes. Y a nivel local, esta edición tiene que llevar a los tomadores de decisiones a revisar su propio clasismo y machismo, y a nosotros como rockeros a tomar decisiones sobre si queremos entender nuestra música como un género vivo, vigente y capaz de hacer las preguntas correctas a los responsables reales de lo que nos angustia y nos mueve. De lo contrario, ser rockero, hoy y en adelante, se convertirá en una caricatura. Y, con el pasar de los años, una conquista comunitaria sin igual, un lugar donde se cumplen sueños y se exorcizan demonios, irá decayendo.
Nota aparte: Amaría ver a los pelados de Kidchen, Luces Fuera, Luz No Muere al Caer, Ortiga y otras bandas en la misma franja que Entreco este año. Algo muy lindo se está caldeando en esa escena. También chimba ver a Últimos Nietos y a El Picnic ayer, de Cali, que nos recomendaron los Entreco. Pero, con Los Fumadores también me quedé pensando en lo bonita que es esa mística de que la convocatoria llegue cuando tiene que llegar.
No he estado tan al pendiente de las escenas de rock que son música extrema, pero quedé más que convencido de lo necesario que es. Digan a dónde hay que llegar.
En internacionales creo que hay cosas bien loquitas que podrían traer de Brasil, como Crizin da Z.O., Sophia Chablau y más. O de Corea del Sur: ¿por qué no pillar a un Parannoul acá en pleno auge del emo? O, en cuanto a gringos, ¿muy loco pensar en Mannequin Pussy? Siento que se extraña un headliner del tipo Bloc Party, que vino en su auge en 2008.
Me dio fomo de no haber ido. Gran texto.
¿Qué opinan de los metaleros llamandole rock sólo a lo que entra en el metal y el punk? Lo digo por los comentarios que hubo en el instagram de Rock al Parque cuando anunciaban bandas que no entraban en esos generos, sobretodo los posts de las bandas distritales.