Desde Morat hasta el Kalvo han tenido que ver con un género que no incita ni a cantar ni a bailar, sino a sumergirse. Hablamos Carlos Rizzi y DJ Lomalinda, dos de los artífices del presente de esta escena musical.
Antes de comenzar, recomendamos poner este álbum:
El bajista de Morat está apasionado por el ambient. Obvio: el de gafas y mostacho, el de más pinta de alterno. Hace al menos cinco años que el también literato Simón Vargas estudia y toca música electroacústica y devora textos sobre la historia de la experimentación con sintetizadores modulares. Va a conciertos, le dedico su tésis a la transformación de los equipos musicales con la llegada de internet, compra discos y colecciona selectas reliquias que yacían hasta en garajes empolvados de Polonia, y que en ocasiones se remontan a la década de los cincuenta.
Su obsesión está pendiente por concretarse en una publicación, pero el deseo es tanto que se ha regado en la identidad en vivo de Morat. Desde el final de la pandemia, y tras bambalinas, Simón suelta un set de ambient que prepara como ritual previo a ciertos conciertos de la banda pop más escuchada de Latinoamérica y España. Para los cinco shows en el Movistar Arena, a mediados de marzo de 2022, llevó algunas de sus máquinas y tocó en vivo. Los pasados 6 y 7 de julio, hizo sonar ambient colombiano por primera vez en un estadio nacional a reventar, un escenario muy lejano para muchos otros géneros que se tocan en nuestro país.
Le pregunté a Simón por sus referentes colombianos en la música experimental. “No son propiamente ambient pero el primer disco de Hermanos Menores, Campoamalia, siempre me ha parecido una obra maestra del noise rock con muchas partes bien ambientales. Después de oír eso le pedí a Daniel Piedrahita que me diera una clase de guitarra experimental. Fue la primera vez que me emtí a trabajar con pedale sy vainas así”.
La pasión de Simón suena tan disparatada como la historia del amor de The Clash por la cumbia. Pero es más fácil de asimilar cuando nos adentramos en la selección de esas dos noches y de toda la gira de estadios: la reversión ambient de su disco más reciente, Antes de que amanezca. “Es una colaboración con una gente que se llama Endel Sound, que hacen generación procedural a partir de masters de canciones”. En español: una empresa que ha trabajado con ellos o con James Blake para programar un proceso de diseño sonoro que transforma la misma música del disco en su versión más abstracta, atmosférica y sutil.
Con los primeros sonidos que atravesaron el aire del Campín, se sintió cómo empezaba a inflarse una burbuja en la que el tiempo se dilató y los ánimos bajaron. En ella, la curva de emoción progresiva que es habitual en los conciertos multitudinarios se desdibuja. Algo flota. El público, decenas de miles de confundidos, se pregunta qué es esa música de ascensor. Resignados por la falta de respuesta, vuelven a mirar su celular, compran una cerveza o se sientan a especular si Juanes u otro invitado subirá a tarima con Morat. Inconscientemente, la música les hace desandar los pasos del camino emocional que recorrieron a lo largo del show de los telonero ZUCO OMG o Susana Cala. Los oídos descansan de la estridencia. El hipotálamo se relaja antes de tener que encargarse de la inminente explosión de serotonina. Las pulsaciones sutiles adormecen lo que en breve despertará a desgarrados gritos de balada de amor. Los drones sonoros reptan por debajo del murmullo generalizado, como si abrieran campo al confeti, la pólvora y los drones voladores que se sumarán más tarde a la erupción en el cielo estrellado.
En una Colombia tan atribulada y sumida en frenesí, todo llamado efectivo a la pausa y la contemplación es piadoso.
Lo llamativo de la anécdota de Morat en el Campín no es que se trate de un género nuevo. De hecho, Bogotá fue sede de uno de los primeros festivales de electroacústica en el continente.
Sesenta años atrás, Jacqueline Nova, la primera mujer graduada como compositora en Colombia, empezaba a publicar sus obras, avanzaba en su trabajo de investigación con los primeros sintetizadores del país — importados por la Universidad Nacional — , y estaría a una década de componer la banda sonora del documental “Camilo, el cura guerrillero”. La historia de esa precursora nacida en Bélgica fue sucedida por las de sus fieles seguidoras colombianas, como las maestras Ana María Romano y Catalina Peralta. Todo ello ubica al ambient como un género nacido a la vez en la academia y en la marginación única vertiente musical de Colombia que nació y creció siendo parte de la izquierda política y del feminismo.
Ahí, otra cosa flota.
Tampoco se trata de que por primera vez el ambient colombiano esté siendo escuchado por fuera de un nicho chapineruno o máximo del círculo más alternativo de Medellín. Existen ejemplos de éxito internacional, como el de la pereirana Lucrecia Dalt, quien lleva más de una década radicada en Berlín y es uno de los actos más críticamente aclamados de la diáspora latinoamericana, tanto en su faceta inspirada en el jazz y el bolero como en su versión más cercana a la música contemplativa, que evoca el tremor de la tierra y sus capas tectónicas.
Lo interesante de que esos sonidos hayan llegado este mes al Campín es que, recientemente, el ambient ha aparecido con más frecuencia y aforo que antes en diversos escenarios de la Bogotá o de Medellín.
El pasado 15 de diciembre, por ejemplo, asistí con mi madre a mi primer concierto de ambient: el lanzamiento del sello Ambie-Tón en el Planetario de Bogotá, con sets de Colombian Drone Mafia, Ana María Romano, Ezmeralda (Nicolás Vallejo) y Miguel Isaza. La sala estaba llena, pero la música la hacía sentir vacía y espaciosa. El espectáculo de luces y sonido envolvente era apaciguante, pero no de la manera plana que puede imaginar alguien que se encuentra por primera vez con esta música: en ocasiones, los fraseos vocales de Miguel se hacían gotas de agua en un charco de lluvia; y, en otras, Ana María Romano hacía tronar el domo como si estuviéramos cálidos y a salvo de una tormenta eléctrica. Por doquier había alguien dormido, alguien confundido, o alguien en trance: nadie estaba indiferente.
Eso no pasó de la noche a la mañana. No pretendo hacer radiografía del género. Pero sí hablamos con dos de los artífices de esta nueva era del ambient colombiano acerca de cómo entienden una escena que va de la mano con el auge de la fiesta electrónica y, a la vez, la contradice.
Ambientar el ambient
La categoría ambient suscita el típico debate taxonómico que existe en todas las escenas y categorías de la música —“oigan a mi tío, eso no es rap”—, en especial en la electrónica —“qué habla, eso no es techno”—, y mucho más cuando nos adentramos en el caso nacional o en el del auge de la electrónica latinoamericana.
Aclaremos. El término ambient deriva directamente de la publicación del clásico álbum Ambient 1: Music for Airplanes (1978) de Brian Eno. Su apuesta es filosóficamente similar a la que tienen la musique d’ameublement (música de — o para — amoblar) que se pensó el francés Erik Satie en 1917 y, por qué no, la misma de todas las tradiciones de música contemplativa: no reclamar la atención del oyente. Lo de Satie, sin embargo, suponía que la música se volviera adorno; el ambient y la música contemplativa en general pueden también hacerlo, pero buscan sobre todo abrir una puerta interior.
A mediados del siglo pasado, aparecieron casi al tiempo el despertar del minimalismo en la música clásica contemporánea, los estudios de la electroacústica en la física y los de los sintetizadores computarizados en el mundo de la informática. Del hecho de que esos parches de ñoños hicieran un trío fue que se definieron algunas de las principales características sonoras de la mayoría del ambient: la tendencia a la repetición melódica, la producción casi siempre mediada por máquinas, la preponderancia de drones —notas o acordes únicos, sostenidos por largos periodos de tiempo— , la experimentación con el paneo y las distancias relativas al oyente, la parsimonia a la hora de elegir instrumentos o el uso del sampleo.
Dada la cercanía de esos elementos con géneros como el deep house, el microhouse o el IDM, es usual que haya artistas que oscilen en un mismo set o en un mismo disco entre ambient y esos otros géneros más bailables. Ejemplos perfectos son los discos de Aphex Twin o, en cuanto a lo nacional, algunos de los sets de Mav Nuhels que he visto. Recuerdo su presentación bajo el seudónimo Brenda en Escándaloo, cuando crucé la cortina aislante de sonido que divide los escenarios de Videoclub para salir de la intensa y lisérgica fiesta de Verraco, y me encontré de repente sumido entre suaves tonos de sintetizador y sonidos de aves. Una hora depsués, nos tenía a todos bailando guaracha.
La historia del ambient latinoamericano es larga y compleja. Pero vale decir que en la última década, la escena de Colombia ha crecido muy de la mano con la de Ecuador, en parte a través del sello t.ambien liderado por el productor Quixosis. Allí, han visto la luz grandes hitos colombianos como El Pacto (2020) de Las Hermanas, Patrimonio Inmaterial de la Nada (2021) de Ezmeralda, o Aromáticas (2023) de dj+1.
Coincidimos en un cierto tipo de raíz histórica en esa hermandad con Ecuador. Pero no por un pionero en común. Así como aquí aprendimos de Jacqueline Nova, Ana María Romano y Catalina Perdomo, el referente histórico de ellos fue el compositor de orígen indígena Mesías Maiguashca. En ambos puntos de origen hay un quiebre de los cánones que limitaban el tipo de persona que se suponían que llevara la batuta en la vanguardia musical.
Es una tendencia global en el ambient: para no ir más lejos, la compositora trans Wendy Carlos generó ruido entre los conservadores, pero le debemos una bastísima cantidad de sonidos al hecho de que aprovechara estas disciplinas nacientes como una grieta en la cual colarse por los muros de la hegemonía.
Ambientador con esencia a Bogotá
Volvamos a la definición del género. En palabras del músico bogotano Carlos Rizzi — también conocido como Óptico en la electrónica de fiesta — , el punto es que el ambient es música que invita a la introspección y que suele tener énfasis en el diseño sonoro por encima de cualquier consideración instrumental, rítmica, lírica o estructural.
Como artista, gestor de eventos y cofundador del sello Sabana Records en 2019, ha sido uno de los dolientes de que esta música sea un espacio de construcción de tejido social y no solo un ruido de fondo sugerido por YouTube para concentrarse más en el trabajo o en dormir. “Hay algo bien especial en la experiencia compartida de guardar silencio así: uno no puede bailar o tiene que hacerlo de formas raras; procura no hablar para no interrumpir al otro; a veces simplemente no sabe qué hacer…”.
Rizzi empezó su camino musical hace casi diez años, en Bogotá. De la mano del productor Santiago Navas formó la agrupación Space Collider, un dueto guitarra-máquinas claramente inspirado por DARKSIDE y otras exploraciones del chilenoestadounidense Nicolas Jaar. Para ese entonces, Rizzi y Navas ya escuchaban tesos contemporáneos de la electrónica de vanguardia como John Hopkins, y seguro sabían de eventos en *matik-matik* que se enfocaran en música similar a esa o más cercana al ambient. Pero fue años después, viviendo y estudiando en Berlín, que se acercó de lleno al mundo de posibilidades que este género podría tener en vivo.
En 2017, fue a un festival llamado The Long Now, en Kraftwerk Berlin. Esa premisa lo dice todo: ese edificio fue fundado por los miembros de la banda homónima, padres de la electrónica comercial, y es donde queda la legendaria discoteca Tresor.
El evento duraba más de 24 horas y había de todo: Leyland Kirby, también conocido como The Caretaker presentaba un concierto y unas piezas audiovisuales que buscan reflejar el proceso paulatino de deterioro de la mente senil; los legendarios Brian Eno y Robert Fripp [líder de King Crimson] tocaron la música experimental que tienen juntos; y Alvin Lucier ejecutaba su performance ‘I’m sitting in a room’, en el que, sentado en una silla, describe todo a su alrededor en voz alta, a través de un micrófono — “Estoy sentado en una silla y frente a mí hay una pareja…” — , pero lo que iba diciendo se repetía unos segundos después por los parlantes, y el sonido saliente retornaba al micrófono en un feedback controlado que acumulaba bucles de la descripción hasta que, sumados, se convertán en notas. Por la sola descripción me pregunto a qué sonaría si Lucier solo describiera a una persona, y si podría decirse que el dron resultante constituye literalmente “las vibras” de ese sujeto.
En el sonido hay una gota del dios que vive en todos nosotros, y que no puede ser nombrado con palabras.
“Poco después fui a un lugar llamado Hangar, que es un venue debajo de un puente que tiene espacio como para unas cien personas, y solo había veinte. William Basinski & James Elaine tocaban unas piezas basadas en loops de cintas de audio y video. Todos estábamos en silencio. Empecé a notar lo trascendental que podía llegar a ser esto cuando noté gente a mi alrededor llorando, muy conmovida”.
De allí y de ver en vivo a la leyenda minimalista Terry Riley, vino la inspiración para que, a su regreso de Berlín, impulsara Sabana Records junto a Mateo Walschburger. En ese sello surgieron iniciativas como su EP Vestigial o como el compilado de ambient y declamación poética Sonidos de la olla y otros instrumentos de protesta (22/05/2020). En este último, los productores samplean exclusivamente sonidos del paro nacional de 2019 y tejen las instrumentales resultantes con lecturas de poemas sobre esos días y noches de encuentro y zozobra.
Esa es una decisión histórica y política que no existe en el vacío, sino que aprende de las apuestas de precursoras como Ana María Romano y es contemporánea con otros ejercicios de composición ambient como los temas principalmente instrumentales “El placer de muchos” y “Adr”, de la banda bogotana Biselad.
Después de Sonidos de la olla, el sello publicó su serie de live sets audiovisuales Ecos de la sabana (hasta el 18/03/2021). Además mantuvieron la convicción por el carácter social de esta música aparecería en más lanzamientos y llegaría a desbocar en eventos, como Derivas: composiciones con y para espacios públicos en el Planetario de Bogotá (20/08/22), con Ma Wal, Martín Índigo y el VJ Umbra.
Más recientemente, Rizzi ha tocado en el Festival Centro, en el MAMBO y en muchos bares. Así ha sido parte fundamental para varios eventos que avanzan en la exploración del ambient. Por ejemplo, estuvo en el laboratorio de improvisación Fenómenos del traslado (01/06/2024), con artistas tan distintos como él, el productor Las Hermanas, el rapero El Kalvo, la escritora Gloria Susana Esquivel, la poeta y fotógrafa Lina Botero y los bailarines Yovanny Martínez, Hilse León y Luisa Hoyos. Además, curó el segundo volumen de Ambientes suaves (25/07/2024), una noche de ambient en el bar de escucha Paradisco, donde compartió tarima con Las Hermanas y Mav Nuhels.
Vale agregar que la suma entre esos invitados y los de la primera edición de ese evento — Iphi, Rico Rica y dj+1 — constatan una particularidad obvia para los conocedores pero importante para quienes empiezan a observar esta camada: la mayoría de los artistas que tocan ambient hoy en día también hacen parte del universo de la música de fiesta en las ciudades colombianas, llámese perreo, guaracha, techno, cumbia o latincore. Pasa en todo el mundo, y la venezolana Arca es quizás la mejor ejemplar de ese fenómeno.
Recientemente, desde los mundos capitalinos del jazz y el rock también han surgido actos esenciales para el panorama ambient local, como Pérsona —que destaca por su acercamiento desde la guitarra — o algunos de los temas y discos de agrupaciones como Ovilia, Daado o La Teoría de las Cuerdas. Muchos de sus integrantes son estudiantes de la Javeriana, y por ende discípulos de Eblis Álvarez (Meridian Brothers, Los Pirañas) en lo que refiere a programación.
Medellín: música para echarse en la manga
“Si estás lo suficientemente lejos de cualquier sonido, puede llegar a ser ambient”, me dijo DJ Lomalinda, anfitrión del programa radial de ambient Las noches más lindas, que ya tuvo también su primer evento en vivo hace tres meses.
Inmediatamente, recordé “La comarca del Ambient en Colombia” (2021), una nota de Cristian Cope — quien tuvo la iniciativa de Ambientes Suaves con Gregorio Hernández, conocido como dj+1 —. En ella, contaba cómo cuatro artistas fundamentales para la electrónica colombiana actual — Miguel Isaza, Rossana Uribe, Juliana Cuervo y Ezmeralda (Nicolás Vallejo) — se enclaustraron en la zona rural de Santa Elena a hacer música por meses. Quizás, desde allá, el ruido metropolitano armoniza en un dron hermoso.
Lomalinda es cofundador de los sellos paisas Insurgentes y TraTraTrax. Y, más recientemente, del subsello Ambie-Tón. Como Rizzi, ha estado en The Long Now, gestionado en la capital alemana por la productora Berlin Atonal. Pero se encontró con el ambient antes. Primero, por podcasts y blogs como Minimal Sausages, por allá en 2008, o el mucho más reciente The Early Bird Show de NTS. Luego, Lomalinda conoció los eventos en vivo de ambient en casas o en clubes como Ateneo, en Medellín, donde sellos como Monofónicos o Éter [fundado en 2011 por Miguel Isaza y Rossana Uribe], o artistas como [Santiago] Merino pudieron proponer una línea ambient a inicios de la década pasada. Incluso se empapó a través de los talleres de Jorge Barco para el uso experimental de micrófonos acuáticos.
“Luego vino Insurgentes, que no era propiamente un sello de ambient pero sí un sello de música experimental latinoamericana, en donde el ambient cae muy bien. Una vez abrí la noche para Retrograde Youth [Felipe Marín, que tiene otro proyecto llamado Erre Ye] con ambient. El momento en el que más hicimos exploración ambient a nivel evento fue en 2018, cuando organizamos Medellín Rave Society en Calle 9. Yo me acuerdo de que estábamos en toda la onda de los vinilos entonces hacíamos muchos sets híbridos entre lo análogo y lo digital. Yo hice un set que empezaba en ambient y terminaba en algo mucho más percusivo”.
En esos años, Insurgentes marcó la parada nacional con su electrónica de fiesta contundente e innovadora, pero también con lanzamientos ambient como el EP Editing Destiny (2020) del manizalita Aeondelit o muchos de los primeros temas del paisa Verraco o de los argentinos Mekas y Seph. El sello también fue la casa de una serie de mixes o podcasts entre los cuales se incluyen una joya del bogotano Las Hermanas y del ya mencionado ecuatoriano Quixosis.
Según los conocedores, el sello TraTraTrax, surgido de los cimientos de Insurgentes, está en la cima mundial de la música electrónica de fiesta. Aunque lo que hacen a diario en ese sentido es escribir historia, puede que la vista desde el pico resulte también en soroche. Pero quién dijo que la bajada no es parte de escalar.
“Yo siento un cansancio de la noche de club. La pandemia fue un momento para pensarnos qué estábamos haciendo antes y qué podríamos hacer después. Para la música en vivo, fue como encontrarse un choque en una autopista: todos íbamos a ochenta por hora y de un momento a otro se nos cierra el paso y pasamos a cero. Una vez esa colisión empieza a desaparecer, los carros no empiezan desde cero y van acelerando, sino que van de cero a cien en un segundo. Recuerdo muy bien que el primer festival que anunció Live Nation después de la pandemia rompió todos los records de venta en minutos. Los lineups pasaron de tener veinte artistas a cuarenta u ochenta, como diciendo ‘hey, tenemos que ponernos al día’”.
“En ese proceso hubo un desgaste del club como espacio arquitectónico y de la fiesta como espacio de expresión y liberación hacia algo. Incluso en las drogas cambió la confección. La música tuvo esa misma dinámica.
Ambie-Tón y Las noches más lindas son una promesa a mí mismo y al público de abrir otros espacios. Hay que cumplirla ante todo. Es una promesa que no se evade con decir ‘no lo hago porque van solo diez personas’. Hoy en día vivimos dominados por la lógica de que la medida de cómo fue un evento es la pregunta ‘¿cuánta gente fue?’. Yo quiero enfrentarme a eso con espacios de contemplación”.
A la lista de conocimientos y curiosidades sobre la escena paisa, Lomalinda me suma el trabajo del sello Artificio, liderado por los productores Arcane Prospect y Rainmaker. Y de ñapa: una playlist de ambient latinoamericano que ha venido curando con los años, y que sirve de directorio para los curiosos.
Nota: una vez publicado este artículo, Alejandro Bernal — cabeza de La Pascasia, de Música Corriente y parte de proyectos como MR. Bleat o La Banda del Tapir — sumó una actualización valiosa a esta panorámica de la escena en Medellín: “Hoy tenemos una nueva sala dedicada a músicas de vanguardia donde ya se han hecho varios conciertos de ambient: la Sala Persona. También, en La Pascasia, tenemos el ciclo Geometría de Eco desde hace tres años. En más de veinte versiones hemos presentados artistas locales e internacionales”.
Temperatura ambiente: ¿cómo es o debe ser un evento de ambient?
Claro que hay trocha abierta, pero el mundo de los eventos de ambient está lejos de ser un camino transitado. Con la misma curiosidad y desconocimiento con la que entré a mi primera fiesta de electrónica, me vi inmerso en el lanzamiento de Ambie-Tón y en la segunda edición de Ambientes Suaves en Paradisco.
Si está a punto de ir a su primer evento de ambient, Rizzi, le deja un consejo práctico, un juego con las sonósferas: intente, a lo largo del concierto y con los ojos cerrados, reconocer qué tan cerca están los sonidos a su alrededor, identificándolos uno a uno desde el más cercano al más lejano. Por su parte, Lomalinda le recomienda ir con mente abierta, y quizás buscando entender lo que significa el misterio que él mismo aprendió de la búsqueda del gran referente que es Ezmeralda:
“Somos humanos y hay espacio para todo, incluso para aceptar la mortalidad desde la música”.
En Ambie-Tón por toda su disposición infraestructural y comunicación, me sentí en un evento perfecto para enamorarse del ambient: una oportunidad de sumergirse tan a profundidad y sin interrupciones —como en el cine — que se entra en trance o se concilia el sueño, para luego a la salida comentar la experiencia individual. En el Ambientes Suaves, a pesar de ser una gran experiencia para escuchar música increíble en muy alta calidad, no logré sentirme fuera de la rutina y la interacción social.
Creo que es normal y que seguro dependió mayoritariamente de mi propia disposición. También asumo que por más que se hable de lo “etérea” que es esta música, no se le puede exigir a sus eventos garantizar siempre una experiencia trascendental.
Pero la distancia entre ambos me comprobó la aparente obviedad de que consolidar una cultura de consumo nueva requiere de un compromiso grande de todas las partes. Me la ratificó Lomalinda hablando de la primera edición de Las noches más lindas como evento, pues me decía que se tornó muy rápidamente en una noche de club tanto por la selección de sonidos como por la falta de socialización con el público respecto a la propuesta de la noche. Fue de esa experiencia que se afirmó en él la idea de la promesa a cumplir para sí mismo y para su audiencia.
Pero más que ejercer aquí de policía o ministro de Ambient, quisiera dejar la puerta abierta a pensar cómo es que esta escena tan rica, con tantos artistas, oyentes y espacios dispuestos para construir eventos en vivo, puede ser un refugio en el tiempo. Una alternativa al embate y la sed, y una ventana a la fiesta que solo está adentro. Un manual para flotar.